Desde hace tiempo sabemos que un gran número de las
guerras declaradas en el mundo obedecen a causas energéticas. El control de las
fuentes de energía es un tema capital para las potencias mundiales que, bajo
distintos disfraces (protección de los derechos humanos, defensa de las
democracias, derrocamiento de tiranos y sátrapas…), maniobran, buscando el
afianzamiento de los suministros propios y el gran negocio, si es posible mediante
oligopolios, de la venta de energía, controlando u ocupando los territorios
productores. Pero más allá de la venta, que supone enormes beneficios económicos, nos
encontramos con la potestad que tienen algunas de esas potencias para decidir quiénes
van a disfrutar de la energía y quienes van a padecer la falta de ella.
No es algo nuevo. Ya sucedió en los inviernos del
2006 y 2009, cuando el gigante ruso de gas natural Gazprom detuvo el bombeo de
gas a territorio ucraniano, lo que provocó también una importante escasez de suministro
en los países europeos que consumen el gas ruso.
Hoy Vladímir Putin ha enviado una carta a 15
líderes de la UE y al gobierno de Turquía, advirtiéndoles de que el suministro
de gas a Europa podría “verse afectado” si Ucrania no cancela la deuda que tiene
contraída con Rusia, que según Gazprom asciende a 2.200 millones de dólares.
Rusia provee la cuarta parte del gas consumido
en Europa, siendo Alemania, Italia y Turquía los principales compradores.
Putin, el “padrecito bueno”, como era llamado el
zar, dice estar dispuesto a participar en el “esfuerzo” para restablecer la
economía ucraniana pero solamente en el caso de que la UE colabore en igualdad
de condiciones, ya que afirma que la crisis económica de Ucrania tiene su
origen en el desequilibrio comercial con la Unión Europea. Sin embargo tiene un
pequeño olvido. Parece ser que no recuerda bien que Rusia ha duplicado el
precio que cobra a Ucrania por el gas, desde el derrocamiento en febrero del
presidente pro ruso Víctor Yanukóvich.
Hoy hablamos de Rusia pero naturalmente este “armamento”
no está sólo en sus manos.
España no consume gas ruso, lo obtiene de manera
bastante diversificada si bien, según datos de Enagás, el 51% provino el 2013, por gasoducto, de Argelia, lo que tampoco es
demasiado tranquilizador, habida cuenta de la situación, permanentemente larvada,
de inestabilidad que existe en los países árabes y especialmente en el Magreb.
No obstante la situación española es relativamente
privilegiada ya que además de la vía de los gasoductos, el GNL (gas natural
licuado) llega a España por barco (los “metaneros”, unos buques especiales que
trasladan el gas a presión atmosférica y a temperaturas muy bajas). Posteriormente es tratado en siete plantas
regasificadoras, lo que permite su ulterior traslado por gasoducto. Sin embargo la dependencia de las exportaciones es casi total (sólo producimos el 0.23% del gas consumido. El autoabastecimiento de energía primaria total llegó en 2012 al 26.2%, según datos del Ministerio de Industria, Energía y Turismo)
La tragedia de Ucrania (y la de los países dependientes
de la UE, como consecuencia) es que este país no tiene otras alternativas. Los gasoductos,
en general, no son reversibles, es decir el gas solo puede viajar en una
dirección (desde Rusia). La vía marítima no es posible ya que los metaneros no pueden pasar por el Bósforo (además de la ausencia de plantas
regasificadoras). Así pues Ucrania está “de rodillas” por la rebeldía cometido y,
de paso, la UE advertida sobre las consecuencias de una postura demasiado favorable
hacia ese país.
Parece evidente que la estrategia para evitar
ser víctimas de estos personajes que,
como los “señores de la guerra” que son, tienen poder para infligir castigo a
su antojo, pasa por no depender de su omnipotente y perversa voluntad. Para
ello la vía es acudir al autoabastecimiento y a las energías renovables ya que, al menos de momento, no existe
gobierno en el mundo con el suficiente poder para interrumpir el suministro del sol,
del viento, de las mareas…
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