En la década de los 90 del pasado
siglo se puso de moda el concepto de ‘nuevas tecnologías’. Todo el que quería
ser o parecer moderno y conocedor de las últimas novedades en cualquier sector
(agricultura, industria o servicios) empleaba esas palabras ‘nuevas
tecnologías’ para dar marchamo de verdad a lo que decía o escribía. Así, las
nuevas tecnologías eran el acompañamiento perfecto de la enseñanza con los
ordenadores y las telecomunicaciones, de la industria del calzado o del diseño
gráfico.
Una reflexión
mínima nos lleva a comparar el uso de aquellas nuevas tecnologías de 1990 con la
utilización que, de unos meses acá, se hace del término ‘eficiencia
energética’, que también inunda muchos sectores de actividad, pero que ha
desembocado de forma muy clara en las actividades de construcción y urbanismo.
En gran número
de artículos de prensa de papel y digital, y en general en cualquier medio de comunicación; y desde luego en los proyectos
que se presentan a y desde la
Administración aparecen las dos nuevas palabras intocables y
suministradoras de confianza: ‘eficiencia energética’.
EFICIENCIA ENERGÉTICA Y URBANISMO
Al igual que en los 90, tenemos que
situar en cada caso lo que la eficiencia energética supone. Para nuestro sector
de actividad, en el urbanismo, en la construcción nueva, en la rehabilitación
de edificios,… o por poner un ejemplo ahora muy de actualidad, en los estudios
de certificación energética, podemos constatar la gran diferencia que hay entre
las diferentes propuestas de actuación. Y aunque todas ellas se refieran de una
forma más o menos explícita a la eficiencia energética. Es aquí en donde, al entrar en el fondo de lo
que se propone hacer, aparecen diferencias sustanciales: pues no es lo mismo
enfocar la eficiencia energética de los edificios públicos de un municipio
mediante un cambio de puntos de iluminación que mediante la introducción de sistemas
activos de captación de energía (energía solar fotovoltaica, pero también energía
termosolar o geotérmica); no es lo mismo enfocar la búsqueda de la eficiencia
estudiando mejoras en el ahorro en los elementos pasivos de la piel del
edificio que centrándose en la inclusión de sistemas activos (como los solares
o geotérmicos antes comentados).
UNA DECISIÓN: PROGRAMAS PARCIALES O PROGRAMAS COMPLETOS
¿Cómo puede decidir el responsable
del edificio o de la zona urbana qué es lo que le conviene realizar. Sabe que tiene que mejorar la efectividad de su gasto energético, pero se
encuentra ante una inflación informativa sobre rehabilitaciones en marcha (en
Castilla y León y en otras Comunidades, en ciudades o pueblos como el suyo), ante la llegada de la sabrosa ayuda de los
fondos europeos, ante las propuestas nada neutrales de diferentes actores del
sector? Hay una solución que nos parece fácil de poner en práctica: ver qué
representa en la sostenibilidad de sus edificios el paquete de medidas de eficiencia
energética que se le presentan. No es lo mismo acometer parcialmente el
problema del ahorro con inversión para soluciones parciales que afrontar el
problema mediante una solución completa. Un buen estudio de eficiencia
energética lleva consigo dos parámetros de partida importantes: por una parte
el ahorro conseguido frente a la inversión realizada, y por otra un plan de eficiencia de inversión
y mantenimiento.
Como en casi
todo, hay que calibrar entre poner en marcha soluciones parciales de ahorro (que
estudian uno o dos parámetros que influyen en el gasto en energía y en el coste
de la factura energética) y que generalmente son estándares, o considerar
programas más completos (que tienen en cuenta todos los parámetros de gasto y
de ahorro) adaptadas al edificio o al grupo de edificios de forma específica.
Por: Alejandro Cabeza Prieto; José Luis Femenía; Julio González Quintas.
No hay comentarios :
Publicar un comentario