jueves, 2 de enero de 2014

¿Activas o Pasivas?

En los tiempos actuales “activo” es un adjetivo con connotaciones positivas. Las personas activas suponen dinamismo, agilidad, diligencia, etc. En cambio las pasivas no merecen aplauso alguno. Son perezosas, desganadas, dejan hacer a los demás sin intervención por su parte…Sin embargo a poca gente se le escapa ya que esos mismos tiempos han quemado demasiadas cosas en aras de la satisfacción de los deseos a cualquier coste, de la inmediatez, de la solución fácil sin importar las consecuencias.

Existió un tiempo, nada lejano por cierto, en que el acceso a la energía era muy costoso, cuando no imposible, y la única posibilidad estaba en quemar leña en invierno y naturalmente en aguzar el ingenio y hacer las cosas con sensatez. Entonces nuestros abuelos, y en muchas ocasiones nuestros padres aun, construían teniendo muy presente el clima.
Orientaban bien el edificio, abrían grandes huecos al sur (captadores de sol en invierno y sombreados por voladizos en verano) y pequeños al norte y los distribuían evitando los vientos fríos del invierno y tratando de aprovechar las refrescantes brisas en verano. Si tenían posibilidad, abrían patios y los dotaban de agua y vegetación. En el campo, si podían, vivían alrededor del hogar de la cocina, dormían en la planta primera, entre la planta baja, donde estaban las cuadras y el desván, donde almacenaban el grano, y así aprovechaban el calor y el aislamiento de ambos. Es decir, con el único consumo energético de la  lumbre del fogón, conseguían ¡Qué remedio! acondicionar sus casas y todo ello sin apenas incremento del coste de la construcción. Pues bien, estaban diseñando edificios pasivos, que no son otra cosa que aquellos que cuidan sus estrategias y su envolvente para consumir la menor cantidad de energía posible. Eran fundamentalmente austeros, las unas y los otros, las personas y los edificios. Y esa austeridad, como valor fundamental, ha de ser reivindicada ahora.

 Pero llegó el progreso, el bienestar, el “alicatado hasta el techo” y entonces, casi de la noche a la mañana, el confort se empezó a solucionar a base de calefacción y  de aire acondicionado, todo el que fuera necesario. (En cierta ocasión escuché a un periodista decir que notaba cuando llegaba el invierno porque al entrar en los edificios púbicos era recibido por un golpe sofocante de calor, mientras que descubría que había llegado el verano cuando al entrar en los mismos edificios sentía un ligero escalofrío). Las casas dejaron de ser pasivas ya que todo quedaba oportunamente solucionado por las máquinas. Pues bien esas máquinas representan la parte activa del acondicionamiento ambiental. ¡Caray, al final resulta que los pieles rojas eran los buenos y los del séptimo, eran los que se comportaban como salvajes!

Bueno, no queremos decir que las estrategias activas en los edificios sean indeseables. Ni mucho menos. Ambas son necesarias, pero entendemos que hemos de partir de las primeras, para reducir al máximo el consumo y utilizar las segundas para que éste sea lo más limpio y eficiente posible.

Si nuestros antepasados, sin apenas medios, conseguían unos resultados aceptables, imagínense lo que somos capaces de hacer nosotros con el conocimiento y las tecnologías actuales. 

Por cierto, no hay que olvidar que todo esto está supeditado a conseguir edificios más saludables y confortables. No se trata de no consumir energía simplemente. Por desgracia cada vez más gente en nuestro país no se puede permitir usar sus calefacciones en invierno. Ellos ni consumen ni emiten CO2. Lamentablemente, en algunos casos, engrosan las estadísticas que pretenden demostrar que estamos reduciendo consumos y  siendo más sostenibles.


No queremos aburrirles, así que más adelante profundizaremos en el alcance de las medidas pasivas y las activas en la actualidad y en el inmenso potencial de mejora que tienen nuestros edificios. Si los ponemos “en forma” ahorraremos dinero en el pago de facturas, dejaremos de estar en permanente situación de precariedad en relación a nuestra brutal dependencia energética del exterior, mejoraremos el medio ambiente y conseguiremos que la inmensa mayoría de las personas puedan vivir confortablemente.

Por Alejandro Cabeza Prieto, José Luis Femenía González y Julio González Quintas

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