En una entrada anterior, al hilo de las declaraciones de cierto ejecutivo,
tocamos el vital asunto del urbanismo. Hasta aquí hemos venido escribiendo
sobre eficiencia energética, arquitectura bioclimática, medidas de ahorro, etc.
casi siempre en relación con los edificios. Pero anterior al hecho de
construir, existe el territorio y su planificación, que busca transformarlo y
hacer que áquel sea posible.
Parece
evidente pensar que si debemos hacer edificios sostenibles, también tendremos
que planificar ciudades y desarrollos sostenibles y este hecho nos lleva a un
doble punto de reflexión.
En primer
lugar, la planificación del territorio puede facilitar o dificultar (léase
encarecer) enormemente el diseño bioclimático de los edificios. Es práctica
habitual, cuando se va a ampliar una población (con los conocidos PAUs) diseñar
el trazado de las calles de manera paralela y perpendicular al vial que existe
antes del desarrollo y que sirve de acceso
principal al mismo, sin pensar (en ocasiones sin saber) donde está el
sur. Si las manzanas han tenido la “mala suerte” de tener su orientación según
la dirección este-oeste (por ejemplo si se trata de manzanas cerradas, con
alineación a vial y sus dimensiones mayores dan a este y oeste), el diseño de
los edificios tendrá dificultades para orientarse norte-sur, que sería lo
óptimo. Si los fondos de edificación previstos son excesivos resultará
complicado establecer ventilaciones cruzadas. Es decir la
planificación urbanística de un nuevo barrio condiciona enormemente el hecho edificatorio posterior y debe ser
estudiada con los mismos criterios bioclimáticos que los edificios.
En segundo
lugar, la planificación a mayor escala, la que decide los patrones de
desarrollo (no el trazado) es todavía más importante porque condiciona los hábitos de vida de los futuros habitantes. Nos
referimos por ejemplo a la dicotomía sobre ciudad compacta o ciudad extendida.
La ciudad
compacta es la tradicional europea, basada en la manzana cerrada, con alineación a vial, edificación
en altura y una densidad importante de viviendas por hectárea. La ciudad
extendida es la habitual en Norteamérica, con baja densidad, baja altura, abundancia de viviendas unifamiliares y
tipología abierta.
A finales
del siglo XIX se comenzó a poner en cuestión en Europa el modelo de ciudad
tradicional. Ciertamente los suburbios de estas ciudades, especialmente las más
industrializadas y populosas, adolecían de hacinamiento y de unas condiciones
insalubres. Los urbanistas empezaron a idear otros modelos y surgió en
Inglaterra la ciudad jardín, propugnada entre otros por Sir Ebenezer Howard, que pretendía crear pequeños núcleos de viviendas
fuera de las ciudades, con unas condiciones saludables de vida. Fomentaban la relación social, la
propiedad pública y los espacios verdes.
Si bien se
desarrollaron algunos modelos, lo cierto es que tuvo una implantación limitada.
En 1933, el IV Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, promueve la
Carta de Atenas, que es un manifiesto en el que se proponen una seria de
medidas encaminadas a desarrollar modelos urbanos “modernos y saludables”. De
entre todas ellas, aquí destacamos las que pedían la completa eliminación de las
alineaciones de los edificios a los viales y la construcción en altura
liberando grandes espacios libres entre edificios. Un ejemplo de la aplicación
de la Carta de Atenas fue la construcción de Brasilia.
Brasilia. El urbanismo de la Carta de Atenas no resultó sostenible ni amable para vivir. |
Ya avanzado
el siglo XX, en EE.UU. se comienza a desarrollar el llamado sprawl, que vende
la idea de huir de la “asfixiante ciudad” para vivir en viviendas unifamiliares
en el medio rural y que, muchos años después, ha acabado por llegar a Europa y constituir muchos de
los núcleos de desarrollos recientes. Son las urbanizaciones residenciales periféricas que
ocupan grandes extensiones del territorio, precisan inevitablemente del
automóvil y carecen de equipamiento, lo que motiva largos y frecuentes desplazamientos.
Actualmente
parece que es deseable recuperar la ciudad compacta tradicional (bien diseñada
y equipada, con unas densidades adecuadas). Esto obedece a diversos motivos. En
primer lugar, su carácter complejo enriquece el aspecto social. Es evidente la
mezcla de edades, razas, condiciones, actividades, tipologías edificatorias, usos,
etc. que se produce en la ciudad (en contraposición a los barrios residenciales
de la periferia) y que beneficia al conjunto. El equipamiento, bien
distribuido, es más cercano a las viviendas. Su reducida extensión hace que los
recorridos de las instalaciones (agua, electricidad, gas…) sean también pequeños, con el beneficio de reducidos costes de ejecución y mantenimiento. Además
permite ir paseando o en transporte público a casi todos los lugares, reduciendo el uso del
coche, lo que minimiza las emisiones de CO2 y beneficia la salud de los habitantes.
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